Huida por carretera de un intérprete de las tropas españolas: de Kabul a Islamabad pasando por Kandahar

  • Por:karen-millen

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03/2023

Fue una mañana de agosto de 2007 cuando Mohammad Zarin, hoy con 45 años, demostró que eso de ser intérprete de las tropas españolas en Afganistán requiere a veces un compromiso a prueba de bala. Una emboscada con varios muertos cerca de Bala Murghab, en la provincia de Badghis, es el recuerdo más amargo que guarda de aquellos cuatro años (2004-2008) de servicio a España. Lo cuenta en Islamabad mientras muestra numerosos documentos que certifican su trabajo y con los que espera poder dar el salto de la capital de Pakistán a España junto a su mujer y sus tres hijos.Huida por carretera de un intérprete de las tropas españolas: de Kabul a Islamabad pasando por Kandahar Huida por carretera de un intérprete de las tropas españolas: de Kabul a Islamabad pasando por Kandahar

Zarin, graduado en Español por la Universidad de Kabul, escapó junto a su familia de Afganistán por carretera cuando vio que el avance talibán hacia la capital ya no tenía freno. Las propias autoridades de su país, con las que tenía contacto por su trabajo de periodista, le ayudaron a tomar la decisión. Ni siquiera ellos eran optimistas, aunque pensaban que, al menos, la capital iba a resistir algo y ser escenario de una “gran guerra” que nunca se produjo, cuenta el intérprete.

A comienzos de agosto deciden irse casi con lo puesto. La primera etapa fue hasta Ghazni, 150 kilómetros al sur de Kabul. Allí hicieron noche en casa de su suegro. Fue él quien les facilitó el contacto de un conductor pastún de confianza que les llevó, pasando por Kandahar, hasta la frontera de Spin Boldak, última localidad antes de Pakistán. Iban con ropa humilde para no llamar la atención y algo de comida para aguantar los más de 400 kilómetros, detalla el intérprete sentado sobre una alfombra mientras da un trago a la taza de té.

Había otro asunto que les inquietaba y que les obligó a pensar bien pero sin demora el viaje. Zarin y su familia son de etnia hazara, grupo chií perseguido a menudo por los talibanes y otros grupos radicales suníes. Mientras habla, el intérprete se señala la cara, en un gesto para explicar que no podían ocultar su origen mongol al avanzar camino de Pakistán por un territorio de mayoría pastún. Los hazaras representan aproximadamente un 10% de los afganos mientras que los pastunes, etnia mayoritaria entre los talibanes, son casi la mitad de la población. “Los talibanes dicen que somos idiotas y que tienen que matarnos”, cuenta sin perder la sonrisa. “Muchos son suníes wahabíes”, añade en referencia a una de las versiones más rigoristas y extremas del Islam.

Ante el riesgo de que hubiera controles exhaustivos, decidió dejar atrás el teléfono móvil con todos sus contactos, fotos e información. “Es lo primero que te piden muchas veces”, explica refiriéndose al chivato aparato que tanto sabe de su dueño. Tampoco llevó consigo todos los papeles -muy comprometedores si se los encuentran- con los que ahora demuestra que trabajó para las tropas españolas. La documentación, señala, llegó por otra vía a Pakistán junto a un conocido.

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Zarin descartó la huida por la frontera iraní, bastión del chiísmo, por las dificultades que entraña esa ruta, a menudo empleada para la emigración clandestina y sus mafias. Además, su hermano pequeño hace ocho meses que se instaló en Islamabad y es el que les acoge en su casa de alquiler. Es también periodista y hace nueve meses que decidió salir de Kabul ante el negro panorama imperante para la profesión. Ahora trabaja en un restaurante de la capital paquistaní.

La familia viajó a bordo de un Toyota Corolla blanco, en lo que popularmente se denomina saracha (vehículo adaptado para una mayor capacidad en el transporte público). Para minimizar riesgos, el conductor no optó siempre por la vía principal. “Nos pararon en algunos controles talibanes, pero fueron amables. Ni nos registraron ni nos hicieron salir del coche”, relata Mohammad Zarin ante la mirada curiosa de sus dos hijas. El precio del trayecto, que les llevó desde la madrugada hasta que anocheció, fue de 20.000 afganis (unos 200 euros).

Quedaba el último empujón. Una mordida de 10.000 rupias (unos 50 euros) para que los agentes les dieran la bienvenida a Chamán, el lado paquistaní de la frontera. Después, en transporte público hasta la vecina ciudad de Quetta, donde el dueño de un restaurante les dejó pasar la noche en una habitación.

Pasadas estas semanas y ya en Islamabad, Zarin hace balance sin ocultar su optimismo ante un posible traslado a España. Recuerda con mucho cariño la final de la Eurocopa que España ganó a Alemania en 2008 y que vivieron desde la base de Qala-i-Naw intérpretes afganos y militares.

Pero nunca olvidará sin embargo el ataque sufrido el año anterior cuando viajaban hacia el norte. “Aquello fue una guerra desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde”, afirma. Abrían el convoy los vehículos de los militares afganos. A continuación, los españoles. Con ellos iba Zarin, que, a través de sistema de comunicaciones, era el enlace con sus compatriotas que iban delante. Cuando se desató la tormenta de disparos, quedó tirado en el suelo y tratando de protegerse con el Vantac (vehículo de alta movilidad táctico). En medio del caos, iba cantando a gritos a los militares españoles cómo iban cayendo muertos o heridos sus compatriotas según le iban informando por el walkie talkie. Ese día no hubo bajas entre las tropas extranjeras. “Pasaban las balas a mi alrededor, pish-pish”, explica mientras dibuja en el aire la trayectoria en torno a su cuerpo. De repente, como si alguien quisiera frenar de forma inconsciente el relato en pleno apogeo con las evacuaciones en helicóptero, suena el teléfono.

“Espera un momento. Es de la Embajada”. Le informan de que las gestiones para su traslado a España avanzan y que a las dos de la tarde le viene a buscar un chófer. En una segunda llamada el interlocutor es el propio conductor, que pregunta a Zarin en inglés. Él no entiende. Es su hija Helen, de 10 años, la que hace en este caso de intérprete de su padre el intérprete, que habla dari, pastún y español, pero no inglés. Presencian la escena el hermano mayor, Komail, de 13 años, y la pequeña Zahra, de ocho.

Helen, de caligrafía perfecta, iba a una escuela pública en Kabul y a una academia de inglés. Muestra orgullosa todo lo que sabe haciendo incluso de puente entre su madre, Adela, y el reportero. Durante un paseo por el cercano mercado de Peshawar Murr, Helen curiosea los comercios de la mano de su padre. Tiene cierta inquietud por ir a España. Es un país del que apenas sabe nada pero está segura de que allí “no hay guerra y podrá ir a la escuela”.

Encuentro con el ministro español

Mohammad Zarin es el único afgano que trabajó para las tropas españolas que ha encontrado refugio en Pakistán y del que Madrid tiene constancia. Estos días está a la espera de que la burocracia avance para poder viajar a España con su mujer y sus hijas, confirman fuentes de la Embajada en Islamabad.

El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, visitó el viernes Pakistán y mantuvo encuentros con el primer ministro, con el ministro de Exteriores y con el jefe del Estado Mayor. En una entrevista con EL PAÍS al regresar a Madrid, el jefe de la diplomacia española destacó el compromiso de Islamabad para ayudar a evacuar a los colaboradores afganos.

El propio Albares pudo conocer a Mohammad Zarin y su familia. El intérprete agradece las gestiones y reconoce que las autoridades españolas no se olvidan de él.

No se ha hecho pública la lista con las cifras de los que quedan, pero entre ellos está Farhat Sarwari, de 40 años, que estos días espera escondido con su familia en casa de un amigo de Kabul a la espera de que las autoridades españolas contacten con él. Junto a él se encuentran su mujer, su hija y su hijo y su hermano pequeño con su esposa. Sarwari trabajó de intérprete en la base española de Qala-i-Naw entre 2004 y 2013.

Sumido en guerras desde hace cuatro décadas, Afganistán es un permanente generador de refugiados. De los 2,6 millones que reconoce Acnur, la agencia de la ONU, el 90% se hallan acogidos en Pakistán e Irán.

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