Por Paloma Simón
Cuando Mercedes Cejuela (1904-1936) se cortó los tirabuzones, Madrid tembló. Los cronistas de la época lamentaron profundamente la desaparición de sus “bucles de oro” que Merceditas, como se la conocía popularmente, sustituyó por un peinado a la moda -que hoy pasaría perfectamente por un corte Bob- para vestirse de largo en La Arboleda, la finca de sus padres en la sierra madrileña. Una presentación en sociedad culminó en San Sebastián, entre la aristocrática colonia de veraneantes. Era el verano de 1923.
Mercedes Cejuela, hija del abogado Manuel Cejuela y de Mercedes Fernández Molano, “bella señora aficionada a la pintura”, es una de las protagonistas de Anfitrionas. Crónicas y cronistas de salones (Turner), en el que la farmacéutica y criminóloga Marisol Donis recuerda la animada vida social del Madrid de los primeros años del siglo XX, que fue mucho más efervescente de lo que se imagina. Unos años en la que los palacios de la capital llegaban a acoger más de 40 fiestas al mes como las que organizó la condesa de Montijo, María Manuela Kirkpatrick de Closeburn y Grivegnée -madre de la emperatriz Eugenia de Montijo- en su palacio de la Plaza de Santa Ana, y que solían arrancar con un desayuno castizo.
Modernas y cosmopolitas a las anfitrionas de Donis les encantaba el chocolate con churros, pero encargaban las invitaciones en una imprenta en París. Gastaban ingentes cantidades de dinero en cultivar el denominado “arte de recibir”, organizando tés para decenas de personas, cenas para centenares o “cuadros vivos” para los que se disfrazaban de los personajes de las pinturas del Museo del Prado. La más suntuosa, “que se recordó durante años”, apunta Marisol Donis, la organizó Piedita Yturbe en su palacio de la calle de San Bernardo. La madre del príncipe Alfonso de Hohenlohe -el fundador de Marbella- contó con la ayuda de Ruperto Chapí, Antonio Cánovas y Ricardo de Madrazo para la escenografía, que reunió a 143 personas que reprodujeron Gades romana, La leyenda de Santa Casilda o Pepita Jiménez, entre otros. El resultado mereció un suplemento entero del diario La Época.
Piedita Yturbe, marquesa de Belvís de las Navas que se convirtió en una auténtica socialite internacional al casarse con el príncipe Maximiliano Egon de Hohenlohe, la duquesa de Santoña, que fundó el Hospital del Niño Jesús y murió en la indigencia, tras un pleito mal llevado; la marquesa de Squilacheh -que recibía en el salón turco de su palacio, el de Villahermosa, que es hoy sede del Museo Thyssen-Bornemisza, a políticos, académicos, artistas y militares-, doña Emilia Pardo Bazán, que lo hacía en su residencia en Madrid, en el número 37 de la calle de San Bernardo-, son cuatro de las mujeres extraordinarias que desfilan por las páginas de este libro imprescindible -y ameno- para conocer un poco mejor una época, y unas costumbres, que han ido cayendo paulatinamente en el olvido -para empezar, por los propios descendientes de estas señoras, que huyen de la notoriedad y preferirían quemar sus casas a abrirlas al público-. Entre todas destaca Merceditas, “la niña anfitriona” que, con tan solo seis años de edad ya tenía poder de convocatoria suficiente para congregar en su palacete de la calle de Orfilaa “la flor y nata” de la aristocracia “y a sus hijos” para la fiesta del bautizo de sus muñecas.
No piensen sin embargo en la típica niña repelente. Educada, muy culta y amante de las artes escénicas, solía organizar representaciones de cuentos populares. Su madre y su abuela peinaban los anticuarios de la ciudad en busca de telas antiguas con las que confeccionar los disfraces de Merceditas, que a los 13 años recibió su regalo de Reyes más preciado: un teatro en piezas, que se podía armar e instalar donde ella quisiera. Lo llamó Teatro Merceditas y se inauguró en febrero de 1918 a las 4:30 de la tarde con una representación de La Cenicienta en la que ella interpretó el papel de Príncipe. Un momento que fue inmortalizado por Kaulak, el fotógrafo más importante de la época.
Cuando se cortó los tirabuzones para presentarse en sociedad, y ya como Mercedes, se convirtió en una de las jóvenes más admiradas de la alta sociedad con cronista de confianza -que, como relata el volumen, “informaba puntualmente de todo lo concerniente a ella”- propio. “Si le robaban el ostentoso equipaje durante un viaje en tren a Vigo, reseñaban con lujo de detalles todo lo sustraído: mantones de Manila, ropa, joyas…”, recoge Anfitrionas. Eso sí, mantuvo su pasión por las artes escénicas: el Teatro Merceditas se mantuvo activo incluso cuando se casó con Manuel Gómez-Acebo y Modet, hijo de los marqueses de la Cortina, con quien Mercedes contrajo matrimonio en abril de 1929 en la Iglesia de San Fermín de los Navarros.
Después de su luna de miel por Estados Unidos y Cuba se instalaron de nuevo en la calle Orfila, en cuyo teatro, ya instalado en la terraza-jardín siguieron celebrándose representaciones. Tuvieron dos hijos, José Luis y Margarita -quien, con el tiempo, se convertiría en reina de Bulgaria-. En el verano de 1936 se encontraban en La Arboleda cuando estalló la Guerra Civil. Mercedes, que solo tenía 32 años, y su marido, fallecieron tras unos meses de cautiverio en la finca, que había sido asaltada y ocupada por milicianos. La niña anfitriona tuvo un final trágico en el mismo escenario en el que se había presentado en sociedad 13 años antes.
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